El economista Mike Palou analiza cómo el reciente marco de comercio e inversión entre Argentina y Estados Unidos puede reconfigurar la estructura exportadora del agro, desde la carne vacuna hasta las economías regionales, y qué desafíos plantea para la competitividad del sector.

El reciente acercamiento comercial entre Argentina y Estados Unidos abre una ventana de expectativas para el agro nacional. Aunque el acuerdo todavía está en etapa de definición y deberá atravesar instancias legislativas y multilaterales, sus lineamientos ya permiten anticipar movimientos relevantes en la estructura exportadora. Para entender su alcance, conversamos con el economista Mike Palou, quien destacó que el país “tiene una estructura productiva con un componente exportador bastante agrario” y que, por lo tanto, cualquier modificación en el marco comercial “impacta de lleno en el corazón del sector que representa la mitad de lo que exporta Argentina”.

Palou aclara que no se trata de un tratado de libre comercio clásico: “No es un acuerdo donde la variable excluyente sea la baja arancelaria en ambas direcciones. Acá aparecen otros capítulos que no dejan tan claro el equilibrio general, pero que pueden ser determinantes para la competititividad del agro”. Según detalla, el texto preliminar incluye mejoras en acceso a mercados, avances en la reducción de barreras no arancelarias y un capítulo específico sobre propiedad intelectual que podría modificar prácticas históricas en semillas y biotecnología. “Eso va a cambiar la forma en que Argentina usa y paga genética biotecnológica. Es discutido, sí, pero es un punto clave”, señaló.

Uno de los aspectos más celebrados dentro del sector es la posibilidad de ampliar la cuota de ingreso de carne vacuna a Estados Unidos. “Hay un mejor acceso a los mercados, especialmente en carne. Estados Unidos analizó multiplicar por cuatro la cuota de ingreso para la carne argentina, que venía deteriorada respecto de Brasil”, explicó Palou. Para él, ese cambio podría generar un efecto inmediato tanto en volumen como en precios, beneficiando directamente a los frigoríficos y a toda la cadena cárnica. A su vez, considera que las economías regionales también aparecen entre las principales beneficiadas: “Los limones, la fruta, el vino, algunos lácteos… todo eso mejora su proceso de acceso gracias a la simplificación burocrática”.

El economista destaca que la reducción de trabas técnicas y sanitarias, junto con la mayor fluidez para maquinaria, insumos, químicos y software estadounidenses, “va a mejorar la productividad y bajar costos”. Ese punto es crucial, ya que para Palou el acuerdo sólo tendrá impacto positivo si el sector logra capitalizar esos ahorros y transformarlos en inversiones de largo plazo. “Si el sector se desarrolla con más fuerza, los costos bajan y, muy probablemente, se terminen atrayendo más inversiones”, afirma.

Sin embargo, no todos los efectos son lineales. El capítulo que habla de estabilizar el mercado mundial de soja requiere especial atención. “En criollo sería que Estados Unidos busca recuperar terreno perdido en China. Parte de esa recomposición puede implicar que Argentina ceda algo de espacio”, advirtió Palou. Aunque no lo considera un riesgo inminente, sí sugiere que los productores sojeros deberán estar atentos a posibles cambios en la demanda global y regional.

Una de las preocupaciones más frecuentes en la sociedad es la idea de que abrir mercados implica desabastecimiento o suba de precios locales. Palou responde con claridad: “Si mejoramos nuestra competitividad frente a otros países, vamos a generar mayor producción, y eso no necesariamente impacta de manera negativa en el mercado interno”. Para él, el desafío consiste en dejar atrás la mirada de corto plazo y pensar en una estructura productiva que crezca junto con la apertura. “Brasil lo hizo. Cuando ampliás mercados y generás condiciones estables, la producción aumenta y eso sostiene los precios internos sin deterioro”.

La mirada federal también ocupa un lugar clave. Frente a la pregunta sobre si el norte argentino se ve beneficiado, Palou fue contundente: “Sí. Todo lo que tiene que ver con cultivos regionales va a tener un impacto positivo. La menor burocracia en aprobaciones favorece a productos como limón, miel, vino, arándanos. Son beneficios directos e indirectos que se pueden cuantificar”. Recordó que, aunque la carne vacuna se concentra en la zona pampeana, la diversidad productiva del país permite que los efectos del acuerdo se derramen a regiones que dependen de certificaciones sanitarias estrictas.

Mirando a mediano plazo, Palou imagina una estructura exportadora menos concentrada en soja —que hoy representa más del 21% de las exportaciones— y con mayor peso de alimentos procesados y economías regionales. “El desafío es usar el acuerdo como palanca para generar mayor productividad y más valor agregado, y no simplemente para ser un proveedor barato de commodities”. Para él, si el agro argentino aprovecha tecnología, inversión y apertura, “la competitividad del sector se va a potenciar de aquí a una década”.

En un país donde el agro convive con tensiones macroeconómicas, volatilidad política y desafíos logísticos, acuerdos como este pueden marcar un punto de inflexión. “Estamos ante una oportunidad única. Ojalá se aproveche”, concluye Palou.